Eran hombres aupados por el sueño de la libertad. Algunos en edad de la inocencia pero con el decoro de hombres por liberar a su patria humillada. Unos se despidieron de sus madres con la promesa de pronto regresar de viajes de recreo; otros con el beso en la frente a su hijo ignorando que iban camino al holocausto. La sed de grandeza justificaba cualquier sacrificio y un joven abogado, leguleyo y eficaz en su verbo los conjuró y los traicionó. Todos ignoraban que un demonio disfrazado de ángel los guiaba a una muerte segura. Era el año del centenario del Apóstol.
Mientras Santiago despertaba a ritmo de tambor y corneta, decenas hombres dormían en la eternidad a causa de una misión suicida concebida por la mente diabólica y aventurera de Fidel Castro. Ese día ofrendaron sus vidas jóvenes esperanzados en el regreso del orden democrático y constitucional perdidos. Fidel Castro jamás cumplió esas promesas. Y como siempre huyó del lugar para salvarse, cobardía que repetiría en la Sierra Maestra en más de una ocasión.
Más, consciente de ser el autor de unas de las páginas más tristes de la historia patria el dictador encontró la manera de cubrir su magnicidio y convirtió la luctuosa fecha en motivo de fiesta popular, júbilo y alegría, menospreciando el sentir de las familias de los caídos. Hizo más, arrastró a todo un pueblo a su perversa parranda y los convirtió en gladiadores con el fin de disputarse cada año la sede como sinónimo de victoria.
Por eso debemos hacer un llamado a todos los compatriotas, afiliados o no a Partido Comunista o movimiento alguno a no tener motivo de celebración este 26 de julio.
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