El 2018 traerá otra comparsa electorera, entre la indiferencia de un pueblo cada vez menos libre y el descalabro insalvable de una economía en coma profundo. El esclerótico generalato cubano está preparado para la vieja fiesta de las unanimidades.
Raúl Castro, que ha prometido abandonar la presidencia del país, continuará detentando el cargo de Primer Secretario del Partido Comunista (el órgano rector de la sociedad) hasta el 2021, y la Constitución Socialista, como un bufón inalterable y sombrío, permanece impasible en su trono de primera dama vitalicia.
Las promesas necróticas, el cuero del mayoral, la escasez, la mentira insolente y los fusiles apuntando a los desobedientes seguirán siendo los compañeros de viaje de esta república bananera, pero sin bananas, habitada por gente que usa el presente para esperar el futuro mientras habla del pasado.
La falta de oportunidades sigue siendo el telón de fondo del drama nacional, un drama donde sus protagonistas se debaten entre las redes de una esquizofrenia psicopática donde lo único importante es la supervivencia de unos sobre otros.
Vivir un día cada vez será la solución de los más equilibrados para no quedar atrapados en esas dos eternidades que son el pasado y el futuro, esos dos agujeros negros donde sus víctimas viven lamentándose de lo que no pudo ser sobre la fantasía de que mañana será mejor, mientras se pierden la utilidad del presente en el necio ejercicio de esperar.
Da igual la identidad del próximo fantoche sin autoridad real que represente, nominalmente, la jefatura de Estado de la Isla. El próximo presidente de Cuba seguirá siendo, por el momento, el mismo de siempre: El comunismo.
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