Los expertos que siguen estudiando los daños auditivos y cerebrales causados a los diplomáticos extranjeros y a sus familiares en Cuba, creen que pueden haber sido consecuencia del uso de ondas sonoras inaudibles o algún otro tipo de tecnología. Algunos nunca oyeron nada que los molestara, otros escucharon sonidos estridentes que aparecían por la noche muy focalizados en zonas de sus casas, a veces en áreas de sus camas.
Lo que sí es un hecho es que la responsabilidad del gobierno castrista es ineludible. A los cubanos no nos extrañan las acciones diabólicas de mentes que dirigen la represión en nuestra patria. Lo que nos sorprende en este caso es la estupidez y la infamia de las mismas. Nada puede ganar y mucho puede perder la dictadura que instaló esos dispositivos en las casas de los diplomáticos.
Lo hiciera con la ayuda de Rusia, de China o de Corea del Norte, o por iniciativa propia, eso no importa. Su objetivo pudo ser espiar y la tecnología resultó un chasco, o la intención era perjudicar la salud de estas personas para descarrilar el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos, o pudieron hacerlo como un enfermizo experimento biológico; cualquiera que fuera la intención, el escándalo costará muy caro. Esto parece más un operativo propio de los experimentos que se practicaron en Alemania durante la dictadura de Hitler, que la de un gobierno que ha puesto su esperanza de salvación en el turismo extranjero.
Los Estados Unidos tienen el derecho a exigir una explicación e incluso una indemnización por estos actos de barbarie. Nosotros los cubanos tenemos que abrir los ojos porque este régimen está dirigido por gente descerebrada y malvada que nos lleva al matadero sin importarle nada. Hay que detenerlos, no nos queda otra alternativa, es para nosotros un problema de supervivencia.
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